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30 de septiembre de 2010

EL ÚLTIMO EXORCISMO: el poder de la ficción

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         Sigue en cartelera El último exorcismo (The Last Exorcism), una nueva historia sobre posesiones demoníacas y pruebas de fe. Producida por Eli Roth (director y guionista de clásicos actuales como Cabin Fever y Hostel) y dirigida por Daniel Stamm, la película repite algunas fórmulas del género nacido con El exorcista de William Peter Blatty (como la adolescente poseída) y reformula otras (no es un cura católico quien hace el exorcismo, sino Cotton Marcus, un reverendo protestante que ni siquiera cree en los demonios). Además, y en consonancia con la moda actual que busca la cercanía con lo real, el film simula ser un documental, siguiendo la línea de películas como The Blair Witch Project y The Fourth Kind.

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- La película

         El reverendo Cotton Marcus es un hombre religioso de poca o ninguna fe. Para él, la religión es un negocio y un espectáculo, con los que espera ganarse la vida. No es el típico predicador embustero que acostumbramos a ver en las películas, sino un buen hombre, un padre de familia responsable. Simplemente no cree en lo que creen sus fieles, a los que ayuda con un mensaje de fe y esperanza que en última instancia no lastima a nadie. Hasta que oye la noticia de la muerte de una nena, asfixiada durante una sesión de exorcismo. Entonces descubre que el mensaje que él mismo da, en algunos casos, puede llegar a lastimar. Por eso decide hacer un exorcismo, pero filmándolo en su totalidad, para probar lo que muchos no están dispuestos a decir: que nada de eso es real y que todo se debe a una sugestión psicológica del supuesto poseído, que lo es sólo porque cree serlo. Así conoce a Nell Sweetzer, la chica que es acosada por un espíritu maligno. La película es la filmación del exorcismo de Nell, con todas las dificultades que tendrá que atravesar el reverendo en el intento de probar su teoría.

         La película está buena. Bastante buena si se tienen en cuenta las últimas producciones sobre exorcismos. La incertidumbre se mantiene hasta el final y la eterna pelea entre la explicación racional y la creencia religiosa está bien construida en el personaje mismo del reverendo. Por otra parte, el personaje de Nell es escalofriante sin la necesidad de recurrir a lo escatológico ni a las mutilaciones sanguinolentas. Entre la sobriedad y la alusión (la filmación «casera» deja muchos espacios en blanco), la película alcanza una atmósfera macabra.

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- La «cercanía con lo real»
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         Me gustaría hablar un poco sobre esa «cercanía con lo real» que mencioné en un principio y que es tan cara a la corriente hollywoodense del momento. En mi opinión, esta idea de que «sólo lo real asusta» me tiene un poco cansado. Espero sinceramente que esta moda se termine de una vez. No creo que, para asustar, el arte tenga que engañar diciendo que su contenido es real. Por supuesto que es real. Es real porque el arte lo es, y no necesita de su confirmación en los acontecimientos para generar una respuesta en los espectadores. Es un hecho que las películas que afirmaron basarse en hechos reales, como El exorcismo de Emily Rose, fueron decepcionantes, mientras que otras, como la mítica El exorcista, siguen aterrando desde la ficción. Puede haber excepciones, y siempre las hay, pero el principal problema es el abuso. Una película basada en hechos reales es un caso interesante, dos es monótono, tres fastidioso y veinte una tomadura de pelo. Bueno, hace varios años que nos vienen tomando el pelo.

         Por fortuna, en El último exorcismo no se habla de hechos reales. El formato documental sirve para darle a la historia un dinamismo y a los personajes una intimidad que de otra forma hubiese sido más difícil de conseguir. Esto es para destacar: no es el afán de convencer al espectador el que lleva a utilizar este formato, sino que el mismo es exigido por la historia. Por eso no molesta, y por eso sirve.

         Lo que no sirve y, creo, tiene que ver con este afán por la «cercanía con lo real» es la promoción del film. A diferencia de otras películas similares, El último exorcismo hizo uso de un recurso que hasta el momento no fue inteligentemente explotado: Internet y las redes sociales. La campaña publicitaria de El último exorcismo incluyó chats sorpresa (en donde las personas, en teoría, fueron engañadas y asustadas), un perfil en Facebook y una historia en la que se cuenta que un joven argentino (supongo que cada país tendrá su víctima) está internado en el Hospital Italiano por haber visto un video publicado por Nell (que también está en la web). En parte, todo esto es gracioso, pero también permite ver hasta qué punto se banaliza la cuestión del arte (en este caso la película) y la fe religiosa. No dudo de que esta campaña dio el resultado esperado (que las personas vean la película), pero me parece que, de alguna manera, repercute negativamente. Basta ver el perfil de Nell en Facebook, en donde recibe el insulto y las bromas de otros usuarios, para que todo ese respeto que inspira la combinación de la religión y el arte (que alguna vez fueron lo mismo y que todavía se reclaman a escondidas) se pierda.

         Para que sepan de qué estoy hablando, les dejo los videos del chat:

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        Y la dirección del perfil de Facebook (el oficial, según aparece en la página de la película):

http://www.facebook.com/home.php?#!/profile.php?id=100001504623577

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Ficha técnica:
Título original: The Last Exorcism
Año: 2010
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Director: Daniel Stamm
Guión: Huck Botko y Andrew Gurland
Reparto: Patrick Fabian, Ashley Bell, Iris Bahr, Louis Herthum, Tony Bentley
Productora: Louisiana Media Productions / Strike Entertainment / StudioCanal; Productor: Eli Roth


1 de septiembre de 2010

SOBRE AUTORIDAD, LÍMITES Y DOCENCIA

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         Permítanme distanciarme por un rato del género fantástico y usar la sección de Aguafuertes para contarles sobre una discusión que se armó ayer en una clase de Didáctica general en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Básicamente, el eje de la clase era la figura del docente y su relación con los alumnos. Entre otros autores, hablábamos de Paulo Freire. A partir de la acotación de algunos compañeros (que hablaban de la idea de Freire de reconocer al otro/alumno como sujeto y de la relación dialógica en la que el docente y el alumno aprenden y enseñan por igual), pensé que sería oportuno hacer una salvedad. De esta manera, dije: «Hay que tener cuidado de no confundir la relación dialógica que plantea Freire con una igualdad entre el docente y el alumno. Uno y otro no ocupan el mismo lugar, por más que, de alguna manera, ambos aprendan y ambos enseñen. En todo caso, el alumno es libre porque el docente le da y le permite esa libertad. Olvidar esto puede llevar a perder los parámetros necesarios para que el clima de la clase sea favorable para la enseñanza y pone en jaque la autoridad del docente, que es importante para procurar el orden». La discusión no se hizo esperar, y varios compañeros salieron a discutirme. No voy a decir que yo tenía la razón en todo, porque en realidad no lo creo. Lo que me pareció aberrante fue la concepción que algunos tenían sobre el papel del docente en la clase (recordemos que todos ahí aspiran a ser docentes y algunos, de hecho, ya lo son). Un muchacho me dijo que el orden no es algo que se tiene que imponer, y que si el alumno es reconocido como sujeto (como decía Freire), entonces no es el docente el que le da la libertad, sino que el chico ya la tiene como un atributo del sujeto. Bajo esa circunstancia (y uso un ejemplo que se dio en la clase), el docente no es quien para imponerle al alumno que haga silencio ni que deje el celular. No es quien, porque el alumno es un sujeto y, como sujeto, es libre…

         Para serles honesto, me da cosa ver hacia donde va todo. La crisis de autoridad que sufrimos en la actualidad (de la que la falta de legitimidad del docente no es más que un ejemplo) es producto de la concepción misma que tenemos de la palabra «autoridad». Y cuando digo tenemos me refiero a los adultos. Los pibes no respetan porque, de alguna manera, les enseñamos que no tienen que respetar. Como dije antes, yo no creo tener la verdad, pero sí creo que Freire no quiso decir lo que decían algunos de mis compañeros. Que el otro sea un sujeto (libre) no significa que no tengamos que ponerle límites (si es lo que nos corresponde) o que pueda hacer lo que quiera. Por lo que pude ver en la clase, cuando uno dice autoridad, hay gente que se imaginan a un dictador con una regla en las manos buscando chicos para pegarles, y cuando uno dice límites se imaginan a un chico atado a una silla al mejor estilo La naranja mecánica. A ver si somos claros: no toda autoridad es autoritarismo y no todo límite es negación de libertades individuales. Es esto lo que nos está llevando a no poder controlar (control, otra palabra a la que se le tiene mucho miedo) a los chicos, y después, claro, nos quejamos. Es como crear al monstruo y después quejarse porque rompió algunas ventanas.

         Autoridad, límites, control y, por supuesto, orden. Palabras que fueron utilizadas por personas y regímenes para coartar las libertades de la población y dominar cada resquicio de ella. Esto es verdad, pero eso no cambia el hecho de que todas esas palabras, y lo que representan, son necesarias en su justa medida. Nuestra historia nos llevó a odiar estas palabras, pero el camino que estamos recorriendo no nos está conduciendo a un lugar deseable. Parece como si siempre interpretamos mal: Dios no da la libertad y el hombre se cree Dios. No sabemos discernir entre lo que nos gustaría y lo que podemos manejar. El autoritarismo es repudiable en todas sus manifestaciones, pero la autoridad es tan necesaria como la libertad. ¿Si no qué nos queda? Padres que no pueden con sus hijos, docentes que no pueden con sus alumnos, pibes que no respetan a nada ni a nadie. En fin, una forma de ver que si no asumimos lo que a cada uno nos corresponde (y al docente le corresponde enseñar, con todo lo que eso implica), entonces nos vamos al carajo.

         Quiero terminar con una frase de El grito manso de Paulo Freire, a la que algunos de mis compañeros no le prestaron atención: «Sin límites no hay libertad, como tampoco hay autoridad» (Siglo XXI, pág. 39).

         Escucho opiniones.

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